UNA MAÑANA DE CONCURSO

UNA MAÑANA DE CONCURSO
Severino Sanjuan
En mi vida de aficionado he participado en multitud de concursos. He ido a gusto, porque en ellos nos explayábamos. Ibamos, no con temor de perder, sino con la alegría de comentar experiencias a quienes sabíamos que iban a escucharlas con interés.
Me duele por eso ver que para algunos sea la ambición y no la afición lo que les mueve a presentar sus pájaros a concurso.
Entonces todo es distinto. La ambición mata al deporte. Ya no se piensa: «voy a llevar los pájaros al concurso; pasaré la mañana con los amigos, cambiaré impresiones con ellos y al mismo tiempo escucharé el canto de los pájaros». El pobre ambicioso ya no piensa eso. El pobre ambicioso pasa la mañana con desespero e inquietud, va a la tabla donde está la puntuación, vuelve, pregunta a la mesa donde se confecciona la tabla, no se fía de nadie, y discute con los compañeros que si su ejemplar ha cantado más y mejor que el de otro y le han dado menor puntuación que el de fulanito, que ha cantado menos, y, en fin, que, como siempre, los jueces hacen lo que quieren.
Este socio ha estropeado la mañana que esperábamos todos durante todo un año. Y nos la estropea aun en el supuesto caso de que los pájaros le dieran la razón. Porque el verdadero aficionado ha de anteponer a cualquier cosa una gran confianza. En esto ha de tener confianza en todos. Debe pensar que el juez es también otro aficionado y que procederá por tanto igual que él cuando se siente un aficionado responsable: respetando impecablemente el deporte y la afición, evitando todo lo que pudiera desmoralizarla.
Cuando él se siente aficionado responsable, piensa que cuando en una Asamblea se ha votado por tales jueces es porque se cree que valen. Si en la Asamblea, pues, le dieron su confianza, ahora deberían atenerse a ella; por eso todas sus habladurías y murmuraciones están diciendo a las claras que no habló cuando era necesario.
Otra cosa es pensar que el juez puede hacer todas las cosas bien y a gusto de todos. Esto no es de irresponsables, sino de ilusos. Por lo menos en lo que respecta a los jueces de pájaros silvestres, van equivocados. Pues, ante todo, no debemos olvidar que no hay ningún canon claramente establecido para juzgar objetivamente sus giros. El juez, pues, juzga según lo que, a su entender, es mejor en un pardillo o en un jilguero, sin que se le haya dado un canto refinado de ellos para saber a qué atenerse. El juzga lo que cree mejor, y a nosotros nos parece que gusta más el canto de los que hemos presentado, y si no nos gusta más, nos lo callamos.
No quiero con esto decir que, por principio, todos los jueces lo hacen siempre bien. No habiendo cánones, también pueden haber jueces que se pasen de listos. El juez debe hacer las cosas bien. Así se evita que haya murmuraciones en la afición y que le digan alguna tontería o frase desagradable.
Bueno, todo esto creo que lo podremos superar si se mantiene una buena y sana sin rencores ni diferencias. Si todos estamos unidos, la afición será buena y la Sociedad grande.
Un pajarista más, que no se desanima, les dice: «adelante, amigos»